Biblia Viva

...la Biblia de Jerusalén

II Macabeos 7, 3-41

3 El rey, fuera de sí, ordenó poner al fuego sartenes y calderas.

4 En cuanto estuvieron al rojo, mandó cortar la lengua al que había
hablado en nombre de los demás, arrancarle el cuero cabelludo y cortarle
las extremidades de los miembros, en presencia de sus demás hermanos y
de su madre.

5 Cuando quedó totalmente inutilizado, pero respirando todavía,
mandó que le acercaran al fuego y le tostaran en la sartén. Mientras el humo
de la sartén se difundía lejos, los demás hermanos junto con su
madre se
animaban mutuamente a morir con generosidad, y decían:

6 «El Señor Dios vela y con toda seguridad se apiadará de nosotros,
como declaró Moisés en el cántico que atestigua claramente: "Se apiadará
de sus siervos".»

7 Cuando el primero hizo así su tránsito, llevaron al segundo al
suplicio y después de arrancarle la piel de la cabeza con los
cabellos, le
preguntaban: «¿Vas a comer antes de que tu cuerpo sea torturado miembro
a miembro?»

8 El respondiendo en su lenguaje patrio, dijo: «¡No!» Por ello,
también éste sufrió a su vez la tortura, como el primero.

9 Al llegar a su último suspiro dijo: «Tú, criminal, nos privas de la
vida presente, pero el Rey del mundo a nosotros que morimos por sus leyes,
nos resucitará a una vida eterna.»


10 Después de éste, fue castigado el tercero; en cuanto se lo pidieron,
presentó la lengua, tendió decidido las manos

11 (y dijo con valentía: «Por don del Cielo poseo estos miembros, por
sus leyes los desdeño y de El espero recibirlos de nuevo).»

12 Hasta el punto de que el rey y sus acompañantes estaban
sorprendidos del ánimo de aquel muchacho que en nada tenía los dolores.

13 Llegado éste a su tránsito, maltrataron de igual modo con suplicios
al cuarto.

14 Cerca ya del fin decía así: «Es preferible morir a manos de
hombres con la esperanza que Dios otorga de ser resucitados de nuevo por
él; para ti, en cambio, no habrá resurrección a la vida.»

15 Enseguida llevaron al quinto y se pusieron a atormentarle.

16 El, mirando al rey, dijo: «Tú, porque tienes poder entre los
hombres aunque eres mortal, haces lo que quieres. Pero no creas que Dios
ha abandonado a nuestra raza.

17 Aguarda tú y contemplarás su magnifico poder, cómo te
atormentará a ti y a tu linaje.»

18 Después de éste, trajeron al sexto, que estando a punto de morir
decía: «No te hagas ilusiones, pues nosotros por nuestra propia culpa
padecemos; por haber pecado contra nuestro Dios (nos suceden cosas
sorprendentes).

19 Pero no pienses quedar impune tú que te has atrevido a luchar
contra Dios.»

20 Admirable de todo punto y digna de glorioso recuerdo fue aquella
madre que, al ver morir a sus siete hijos en el espacio de un solo día, sufría
con valor porque tenía la esperanza puesta en el Señor.

21 Animaba a cada uno de ellos en su lenguaje patrio y, llena de
generosos sentimientos y estimulando con ardor varonil sus reflexiones de
mujer, les decía:

22 «Yo no sé cómo aparecisteis en mis entrañas, ni fui yo quien os
regaló el espíritu y la vida, ni tampoco organicé yo los elementos de cada
uno.

23 Pues así el Creador del mundo, el que modeló al hombre en su
nacimiento y proyectó el origen de todas las cosas, os devolverá el espíritu
y la vida con misericordia, porque ahora no miráis por vosotros mismos a
causa de sus leyes.»

24 Antíoco creía que se le despreciaba a él y sospechaba que eran
palabras injuriosas. Mientras el menor seguía con vida, no sólo trataba de
ganarle con palabras, sino hasta con juramentos le prometía hacerle rico y
muy feliz, con tal de que abandonara las tradiciones de sus padres; le haría
su amigo y le confiaría altos cargos.


25 Pero como el muchacho no le hacía ningún caso, el rey llamó a la
madre y la invitó a que aconsejara al adolescente para salvar su vida.

26 Tras de instarle él varias veces, ella aceptó el persuadir a su hijo.
27 Se inclinó sobre él y burlándose del cruel tirano, le dijo en
su

lengua patria: «Hijo, ten compasión de mí que te llevé en el seno por nueve
meses, te amamanté por tres años, te crié y te eduqué hasta la
edad que
tienes (y te alimenté).

28 Te ruego, hijo, que mires al cielo y a la tierra y, al ver todo lo que
hay en ellos, sepas que a partir de la nada lo hizo Dios y que
también el
género humano ha llegado así a la existencia.

29 No temas a este verdugo, antes bien, mostrándote digno de tus
hermanos, acepta la muerte, para que vuelva yo a encontrarte con
tus
hermanos en la misericordia.»

30 En cuanto ella terminó de hablar, el muchacho dijo: «¿Qué
esperáis? No obedezco el mandato del rey; obedezco el mandato de la Ley
dada a nuestros padres por medio de Moisés.

31 Y tú, que eres el causante de todas las desgracias de los hebreos,
no escaparás de las manos de Dios.

32 (Cierto que nosotros padecemos por nuestros pecados.)

33 Si es verdad que nuestro Señor que vive, está momentáneamente
irritado para castigarnos y corregirnos, también se reconciliará de
nuevo
con sus siervos.

34 Pero tú, ¡oh impío y el más criminal de todos los hombres!, no te
engrías neciamente, entregándote a vanas esperanzas y alzando la mano
contra sus siervos;

35 porque todavía no has escapado del juicio del Dios que todo lo
puede y todo lo ve.

36 Pues ahora nuestros hermanos, después de haber soportado una
corta pena por una vida perenne, cayeron por la alianza de Dios;
tú, en
cambio, por el justo juicio de Dios cargarás con la pena merecida
por tu
soberbia.

37 Yo, como mis hermanos, entrego mi cuerpo y mi vida por las leyes
de mis padres, invocando a Dios para que pronto se muestre propicio con
nuestra nación, y que tú con pruebas y azotes llegues a confesar que él es el
único Dios.

38 Que en mí y en mis hermanos se detenga la cólera del
Todopoderoso justamente descargada sobre toda nuestra raza.»

39 El rey, fuera de sí, se ensañó con éste con mayor crueldad que con
los demás, por resultarle amargo el sarcasmo.

40 También éste tuvo un limpio tránsito, con entera confianza en el
Señor.

41 Por último, después de los hijos murió la madre.